La desconocida odisea de mineros en defensa de la República en León: el ejército rebelde pone fin a la aventura expedicionaria

Tropas rebeldes llegadas en la tarde del 21 de julio se imponen en Ponferrada a los gubernamentales.

En la entrega anterior hemos dejado a los expedicionarios asturianos en Ponferrada iniciando el sitio del cuartel y el enfrentamiento con los guardias civiles sublevados, según diversos relatos. Con el del teniente de Asalto al mando de la columna minera republicana iniciamos el último capítulo de esta serie.

Manifiesta el teniente Alejandro García Menéndez que en Ponferrada siguió en todo momento las órdenes del jefe de la expedición, el comandante Juan Ayza Borgoñós, que con parte de la columna motorizada se les había adelantado.

La última de sus instrucciones era regresar a Oviedo desde Ponferrada y por Villablino en tren y en los vehículos de motor aprovechables.

Así que cuando llegó a la ciudad con el convoy ferroviario a su cargo se puso al habla con el alcalde, que lo esperaba en la estación. En Ponferrada se encontró con un gran número de mineros de los alrededores que hacían comentarios de poner en duda el republicanismo y la adhesión de la Guardia Civil al Gobierno. Con objeto de tranquilizar los ánimos se dirigió al alférez (Sancho Iruesa) que estaba en el cuartel, indicándole la conveniencia de hacer alguna manifestación de lealtad y afección para calmar a los inquietos. Se hizo lo propuesto, dando vivas a la República el oficial, los guardias civiles y los paisanos, aquietándose con ello los recelos y las animosidades de los últimos.  

Después, a eso de las tres de la tarde, se acercó a donde estaban los camiones, disponiendo el embarque del personal en ellos y ordenando a uno de los guardias de Asalto que fuera organizando con los encargados del ferrocarril de vía estrecha la columna que habría de partir en el tren minero a Villablino.

La detención de los leales

Oyó en ese momento unos disparos hacia el cuartel y vio que alguna gente se tiroteaba con la Guardia Civil. Sacó él un pañuelo y con este en la mano marchó a dicho cuartel y se presentó al capitán, que estaba en la calle delante del recinto, poniéndose a sus órdenes y dando voces a los paisanos para que dejasen de tirar. Se colocó en medio de unos y otros para evitar el tiroteo, y como estaba afónico y no podía gritar tocó el silbato repetidas veces.

Llegaron en ese punto dos guardias de Asalto, José Castro Pérez y Antonio Pérez Vázquez, que se pusieron también a las órdenes del capitán y de él mismo. Otro tanto hizo el paisano José Otero Roces, que también se esforzó en ayudar al oficial y a los citados guardias a que cesase el fuego.

Cuando ya casi había finalizado el tiroteo fue avisado el capitán Losada para que acudiese al cuartel a atender una llamada telefónica. Terminada esta se dirigió a él dicho capitán y quitándole la pistola que llevaba en bandolera lo detuvo diciéndole: “Triunfó el movimiento, queda usted detenido”. Luego lo condujo al interior del edificio, así como a los dos guardias de Asalto, a los que también hizo desarmar, junto a José Otero y otros dos mineros, encerrándolos a todos en una dependencia del cuartel.

Derrota y desbandada

A pesar de que el mando de los mineros, que controlaban entonces Ponferrada, quedaba así descabezado, los tiroteos y el enfrentamiento entre las fuerzas ya definitivamente sublevadas y los resistentes al golpe de Estado proseguirían durante la tarde, la noche y la mañana del día siguiente martes 21 de julio. Pero, descoordinados, no tardaron los leales en perder posiciones ante las acometidas de los rebeldes asediados.

La lucha se recrudeció a lo largo de aquellas dos jornadas en varias puntuales ocasiones, con un balance final de 14 heridos entre los guardias civiles y 25 fallecidos entre los gubernamentales, al menos 19 en los enfrentamientos y días más tarde los restantes.

Contabiliza alguna otra fuente más de 80 muertos y unos 400 heridos, muchos de estos llevados por sus compañeros en el tren que salía para Villablino en la tarde del 20 de julio, y trasladados otros a los pueblos cercanos, en los que algunos fenecieron

La socialista asturiana Matilde de la Torre Gutiérrez, diputada en Cortes, rectificaba el 8 de agosto de 1936 en el diario El Socialista una noticia de la fecha anterior, aclarando que “el caído en los enfrentamientos de Ponferrada no había sido Manuel Otero Roces, sino su hermano José”. Pues bien, lo cierto es que ni el uno ni el otro perecieron en ellos. Manuel alcanzaba Asturias para morir combatiendo en el cerco de Oviedo en febrero de 1937. José sobrevivió a la condena de 30 años de prisión y a su paso por las cárceles franquistas de San Marcos, la Provincial leonesa de Puerta Castillo, San Cristóbal, en Pamplona, y Oviedo, y al trabajo forzado en el Destacamento Penal de Pozo Fondón, y fallecería a una edad avanzada.             

Los heridos

En Priaranza del Bierzo eran curados el miércoles 22 de julio por el médico titular municipal, Octavio Manteca Alonso, tres heridos por la Guardia Civil sobre las seis de la tarde del día antes, “cuando se estaba asaltando el cuartel de Ponferrada”. Se trataba de Andrés de Prado Gallego, soltero de 30 años, labrador y vecino de Dehesas, y los jornaleros Salvador Blanco López, de 33 años, casado, y José Gómez Reguera, de 28 años, soltero, ambos de Villalibre de la Jurisdicción.

Las atenciones del galeno originaban en la misma fecha la correspondiente providencia judicial que dará lugar más tarde al Sumario 522/38. Se afirma a final de abril de 1938 en esta Causa que la Benemérita consideraba a aquellos individuos “revolucionarios peligrosísimos y de acción, que se encuentran actualmente en ignorado paradero, y que serán perseguidos si fueren capturados”. Ya lo había sido Salvador Blanco, paseado el 28 de septiembre de 1936, y figura Andrés de Prado como fallecido por herida de arma de fuego el mismo día 22 de julio en que lo curan. Según la misma relación de víctimas del franquismo en El Bierzo, Francisco Gómez Reguera, de 47 años, hermano de José, habría sido asesinado y desaparecido el 10 de enero de 1937.  

Se contaron también entre los heridos, por disparos de fusil, los expedicionarios asturianos Leopoldo Acebal García (vecino de Ablaña, obrero, de 24 años, soltero, afiliado al Sindicato Minero de Asturias) y Ángel Vázquez Morán (de 29 años, soltero, ebanista, vecino de Mieres, ugetista sindicado en la construcción). Al segundo, “que no portaba arma alguna”, lo alcanzaban en una pierna cuando sobre las tres y media de la tarde -no mucho después de detenerse en Ponferrada el convoy ferroviario- subía al tren de la Minero Siderúrgica dispuesto para el regreso a Asturias por Villablino desde los muelles de Villalibre, hasta los que se habían dirigido andando por la vía parte de los mineros de la columna que se movía en ferrocarril.  

Las descargas que hieren a Ángel Vázquez procedían de unas casas inmediatas, en el momento en que se inició la lucha en Ponferrada. Recogido por algunos compañeros, lo devolvieron a la estación de la Compañía del Norte, donde lo embarcaron en un furgón que, enganchado a una máquina, salía después camino de Monforte de Lemos. Al mismo vagón destinaban a Leopoldo Acebal (“que tampoco había sido armado”) tras ser herido de un balazo en la espalda al transbordar del tren en el que los asturianos llegan a la ciudad a los camiones que los esperaban para de una y otra manera retornar a su tierra. Lo alcanzaba el disparo al montar en uno de aquellos vehículos, y lo trasladan al vagón después de que en la casa cercana en la que lo recogen le hacen una primera cura.

Con dos o tres heridos más y acompañados por ocho o diez asturianos armados pasaba aquel furgón ferroviario por Villafranca del Bierzo sobre las cinco de la tarde, y allí subía al mismo el médico Albito Digón Orallo para atenderlos en el trayecto hasta Quereño, en la orensana comarca de Valdeorras. Había huelga general, y el tren no pasaba de San Clodio, donde los cuidan durante dos días.

Detenidos el 22 de julio por fuerzas del Ejército e ingresados en el Hospital Municipal de Lugo, del que los envían a la cárcel provincial, Ángel Vázquez y Leopoldo Acebal terminarían fusilados a primeros de febrero de 1937 junto al guardia de Asalto Manuel Mier García, también herido en Ponferrada. 

Lo que son revoluciones…

Herían al de Asalto en la mano y en el costado derecho cuando en el barrio ponferradino de la Puebla intentaba recuperar de los mineros un fusil arrebatado “a las fuerzas beneméritas leales al Gobierno”. Ocupado en este empeño, algunos de aquellos hicieron inopinadamente una descarga contra la Guardia Civil, que esta repelió, prosiguiendo acto seguido el tiroteo. Aquilino, de Oviedo, Manuel García Calvo, también guardia de Asalto, y otros más, todos armados, lo trasladaron en una camioneta a Priaranza del Bierzo, a la clínica del doctor Octavio Manteca, que le realiza la primera intervención ayudado por José Alija Rodríguez, médico de Puente de Domingo Flórez.

Una vez curado alojan a Manuel Mier García en el domicilio de la vecina Pascuala Regueras, en el que permaneció dos horas, hasta que arriba un turismo con el guardia de Asalto en excedencia José García Calella y otros individuos. Contra la objeción de los galenos a moverlo de Priaranza, a los que dicen “ustedes no saben lo que son revoluciones, nos lo llevamos a un lugar seguro”, los llegados en el turismo conducen a Manuel Mier a El Barco de Valdeorras, albergándolo en la casa de huéspedes de la viuda Elisa Arias. Aquí era operado al día siguiente, 21 de julio, por el médico Gonzalo Gurriarán Gurriarán, vecino de Madrid y natural del lugar que se encontraba de vacaciones en el pueblo.

Detenido en aquella fonda el 8 de agosto, se confinó al guardia de Asalto Manuel Mier García en la sede en Orense del Cuerpo de Seguridad, de la que lo envían después a Ponferrada, en las inmediaciones de cuyo cementerio sería pasado por las armas al amanecer del día 4 de febrero de 1937 junto a otro más y los también heridos Leopoldo Acebal García y Ángel Vázquez Morán.

Ponerse a salvo

Ante el empuje de la columna militar rebelde que mandada por el comandante Jesús Manso Rodríguez y procedente de Lugo llegaba en la tarde del 21 de julio, y el apoyo que a esta daban varios aparatos del aeródromo leones de la Virgen del Camino, desalojaban los leales sus parapetos, bombardeados y ametrallados por aquellos aviones, con el balance de 17 muertos.

Trescientos hombres, soldados de un batallón del Regimiento Zaragoza 30 y falangistas, provistos de fusiles (dos compañías), morteros (un pelotón) y ametralladoras (una sección) traía consigo en una veintena de camiones requisados el insurrecto Manso.

“Mataron los guardias civiles a unos 70 rojos y causaron heridas a más de 150, teniendo ellos 14 heridos, ninguno grave”, dirían otras fuentes. Aunque también las hay que hablan de “20 guardias heridos por 35 muertos rojos y 200 heridos”. Y se refieren otras a “12 bajas en los guardias, dos graves”.

Se desbandaban los mineros vadeando el río Sil, y en retirada se dirigían en camiones y en el tren carbonero hacia Villablino y el norte y cualquier otro lugar en el que se entreviera una posible salvación en la debacle. A su paso “quemaban algunas iglesias, entre ellas la de Congosto”, y dinamitaban varios puentes de la carretera y el ferrocarril para impedir el avance a los golpistas.

Cuando los mineros iniciaban en Ponferrada el 21 de julio la estampida llegaba a Trubia la cabeza de la columna motorizada partida de Benavente con urgencia y que había pasado por la ciudad tempranamente el día antes.

La fracción del convoy ferroviario dispersado en Ponferrada quedó al mando del guardia de Asalto Ángel Aza Pérez, que consiguió alcanzar Asturias con un pequeño grupo de supervivientes. Algunos asturianos continuaban hacia su tierra ya durante el tiroteo y antes de que arribaran las fuerzas sublevadas desde Lugo, “reemplazados con creces por individuos venidos de los pueblos cercanos con gran cantidad de dinamita”, informaba el 8 de agosto de 1936 el capitán Román Losada.

Impuestos en Ponferrada los insurrectos, se desperdigaron los defensores de la legalidad republicana cada cual cómo y por donde pudo. Retrocedieron algunos a Bembibre, que junto con Torre del Bierzo permanecería gubernamental hasta ser tomada el 27 de julio por fuerzas sediciosas. “Se apoderaron allí de las armas, sin causar daños personales a los vecinos, y se fueron por donde pudieron”, después de dinamitar algún puente y bloquear durante una semana el Ferrocarril del Norte, tan importante para el traslado de tropas de Galicia. “El viaducto de las Fraguas fue totalmente volado, reconstruyéndose provisionalmente en 18 días”.

Al amparo de los montes del Castro y Pajariel se acogieron otros leales, y hubo quienes se dirigieron a Fabero para proseguir la defensa de la República frente a los alzados en armas.

Los que desde la estación del ferrocarril de la MSP, en la que se habían hecho fuertes, alcanzaron Villablino en un tren cargado de dinamita pasarían a Asturias desde allí, por Leitariegos unos, y otros por el puerto de Somiedo –ocupado entonces hasta el 23 de agosto en que lo toman los alzados–, quedando una parte de ellos concentrados en la localidad minera durante varios días.

Desde Villablino emprendieron estos algunas acciones que inútilmente tratarían de arrebatar el dominio de las zonas en las que ya lo ejercían los golpistas. Mientras tanto, seguían algunos hasta Belmonte de Miranda y Grado; bajaban otros a La Robla para regresar luego a su tierra en tren llevándose a sus compañeros heridos; se dispersaban –o se perdían– por diversos lugares varios; y algunos más, como los voluntarios partidos de Laciana, tardarían aún una semana en volver a sus hogares.  

Confusión y fuego amigo

En la tarde del martes 21 de julio fuerzas sublevadas partidas de Astorga para “limpiar y pacificar” los pueblos cercanos apresaban en Combarros a los cuatro ocupantes de un coche con matrícula de Oviedo. Eran estos Julio García Álvarez (vecino de Mieres), Ángel Menéndez Suárez (de Oviedo, contable de la Diputación Provincial asturiana y diputado a Cortes por Izquierda Republicana; terminaría exiliado en México), Víctor Fernández Fernández (de Mieres, muerto en combate en Buenavista el 24 de febrero de 1937, con 25 años), y Tomás Martínez Asensio, vecino de Destriana. Guiaba este a sus acompañantes en la ruta a Villablino para desde allí pasar a Asturias, de donde habían partido los tres el día 18, seguramente dispersados y perdidos tras la hecatombe en Ponferrada.  

Trasladados en dos vehículos a Astorga, el suyo y el que ocupaban sus captores y que conducía el falangista astorgano Aureliano Herrero García, llegaban al oscurecer y entre dos luces a la zona de Peñicas. Allí, al encender los faros de los automóviles, fueron ametrallados por las tropas que, apostadas en la carretera, esperaban que cayeran sobre la ciudad en autos y camiones mineros asturianos y de las cuencas bercianas, al ser confundidos con los esperados y temidos mineros. Del fatal error en la emboscada resultó gravemente herido el de Falange, que fallecía en la tarde del día 27.  

En el Cuartel de Santocildes encerraron a los paisanos capturados. Como los tres forasteros declararan que “se habían marchado de Asturias para unirse al Ejército”, fueron todos liberados por el comandante Elías Gallegos Muro, “a pesar de pertenecer a Izquierda Republicana” alguno y tras consultar su caso con el general Carlos Bosch. Parece que aún no administraban los golpistas su represión con el meticuloso celo y la ferocidad que pronto alcanzarían.

Peor suerte corrió Tomás Martínez, quien orientaba a aquellos malparados asturianos en el retorno a su tierra. Él fue represaliado tan ferozmente como después lo fueron cuantos prestaron ayuda a los expedicionarios en su tan breve como intensa y accidentada odisea, terminando paseado en Brazuelo junto a dos convecinos el 30 de octubre de 1936.

Un escudo humano de izquierdistas frente a los mineros

Ya había cundido en Astorga el día antes, 20 de julio por la tarde, recién impuestos los facciosos, el temor a que un millar de mineros venidos de El Bierzo la atacaran. Fortificadas por ello las entradas de la ciudad con sacos terreros y ametralladoras, se estableció una cadena de prisioneros, una barricada humana, con catorce leales de los apresados tras haberse rendido a los rebeldes. Se maniató a los catorce, la mano izquierda de uno con la derecha del otro, y se les puso en fila a lo ancho de la carretera para disuadir a los posibles atacantes. 

Tampoco esta vez se presentaron los mineros, y las tropas que custodiaban a los rehenes izquierdistas, y además los zaherían y vejaban junto a no pocos vecinos y vecinas, cuando uno de los maniatados escapó –o lo intentaba– dispararon sus fusiles, hiriendo un proyectil en el cuello a un transeúnte que caminaba por una de las calles del casco urbano.

Utilizaron los alzados con frecuencia a prisioneros como parapetos humanos. Lo hacía también Queipo de Llano en Sevilla aquellos días, y entraban los legionarios y regulares en la barriada de Triana resguardados tras un grupo de niños y mujeres del barrio, a los que quienes lo defendían no quisieron dispararles. Los leales hicieron ocasionalmente lo mismo, según algún testimonio recogido en los años 70 por el investigador Ronald Fraser.

Algunos integrantes de las columnas que partieron de Asturias el 18 de julio de 1936 retornarían a aquel territorio a finales de noviembre del mismo año desde el valle de Fornela con unos 400 leales más procedentes de diversos lugares de Valdeorras y de El Bierzo. Fue este uno de los varios y a veces nutridos grupos que desde allí y ya desde el comienzo de agosto “se evadían de la zona facciosa” (“se pasaban al campo rojo”, decían los golpistas) alcanzando tierras de la republicana Asturias.

De León se había “evadido” en la mañana del lunes día 20 el general inspector Juan José García Gómez-Caminero, tan ligado a las peripecias que vivieron en nuestras tierras los expedicionarios asturianos a lo largo de aquellos “tres días de julio”. No tardaremos en volver aquí con las ajetreadas y penosas andanzas que el añoso y probo general protagonizó en las fechas que siguieron.

José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web

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