Lo extraordinario

Un transistor.

El tractor seguía arando la tierra, dibujando surcos que inmediatamente las cigüeñas venían a remover con su pico inmenso. El alimento salía a la luz y ellas, certeras, lo deglutían. Yo, mientras, comía en mi pausa habitual de trabajo mientras el sol me achinaba los ojos. Primero llegó un mensaje raro. Mi padre, ¿tienes luz? Yo, ni idea, estaba al aire libre viendo como los ciclos de la vida seguían su curso. Al ratito mi hermano: hay un apagón nacional. Qué cosa. Algo que ya sucedió en la Argentina, mi otro país, pero nunca acá, en este recóndito paraje europeo que solemos llamar primer mundo. Así que continué masticando al sol, respondí a mi padre que no era cosa suya, ni del pueblo, que esta vez la ausencia era general y extraña. Fui a verles cuando terminé mi almuerzo y me llevé el transistor de radio que me acompaña desde que empecé mi periplo fuera de esta raíz en la que ahora vivo: primero Barcelona, luego Francia, más tarde Buenos Aires, un poco Madrid y, finalmente, este paraje, el valle de la Maragatería donde la luz se apaga pero casi no lo notamos. Al principio. Luego sí porque, en realidad, todo lo que hay en esta casa funciona con electricidad.

Dejé, como todo el mundo, el trabajo por hacer porque la batería tampoco estaba en su mejor momento. Podría, si no, haber aprovechado para avanzar en un libro que estoy escribiendo estos días, pero tampoco. Tenía aún la esperanza de que las cosas se recuperasen para poder tomar un tren a Madrid que tenía previsto a las 19 horas, pero no pasó. Al contrario, la consigna era no moverse hacia ninguna estación. Así que cumplí órdenes y acepté la situación. Fui, sin embargo, al centro urbano más cercano, Astorga, para ver qué pasaba en las calles. Y lo que pasaba era raro y hermoso: mucha gente había salido a hacer lo que no hacían cuando la tele les entretenía las tardes. Paseaban, hablaban unos con otros, arreglaban el mundo y lo desordenaban otra vez. No sabíamos cuánto tiempo iba a durar pero no se respiraba en ningún lugar temor alguno. Inquietud, tal vez, pero la risa conjunta en las calles apaciguaba bastante la angustia posible ante una situación que, la mayoría de la gente, no había vivido. Mi caso es excepcional: atravesar la cotidianeidad en Argentina da siempre un plus de experiencias extrañas. Siempre digo que vengo del futuro y, últimamente, es más verdad que nunca.

A la noche puse velas y la casa se cubrió de un ambiente de franca belleza. Invité a mi madre a dormir en mi refugio, temiendo que los ronquidos de mi padre, sin posibilidad de conectarse al respirador habitual que la Seguridad Social le ofrece para que la apnea no nos lo arrebate de un fogonazo, no le dejasen pegar ojo en toda la noche. Así que antes de irnos a dormir salimos un rato al jardín y le hice escuchar lo que cada noche percibo a solas: ¿te das cuenta de que aquí no hay silencio? Pájaros de todo tipo, perros a lo lejos y renacuajos haciendo un baile espléndido a las puertas de la primavera son el sonido habitual del atardecer estos días. Y luego, la noche, manifestándose con un manto de luces descomunales sin ningún destello que las despistase: las constelaciones en todo su esplendor porque, además, ese lunes, a la luna le tocaba apenas ser un filo, un columpio en la muñeca flamenca de Camarón.

Mandé mensajes a las personas que quisiera tener cerca y no estaban para saber si todo andaba en orden en su lugar. Absurdo, porque para aquel momento la señal telefónica había dejado de funcionar en el valle. Aún así me tranquilizaba hacerlo, y lo hice. Luego me puse a leer con velas, como hacía siglos que no hacía. Dejé las cortinas abiertas con la esperanza de que la luz volviese pronto. Pero aún pude dormir varias horas porque en este pueblo la electricidad no regresó hasta pasadas las cinco y media de la madrugada. Un fogonazo de la farola me sacó del sueño y el pitido de alarma de la nevera me hizo saltar de la cama. Nada más. Volví a las sábanas. En el valle no hubo más temblor que el de mi corazón quebrado estos días azules y este sol de la infancia.

Etiquetas
stats
OSZAR »