Modesto Lafuente, padre de historiadores

Modesto Lafuente y Zamalloa en un cuadro de la Real Academia de la Historia.

Se cumplen ahora 175 años de la obra más famosa y trascendental de Modesto Lafuente, un extensísimo ensayo sobre la historia general de España. El historiador no debe convertirse en un juez severo sino intentar llegar a ser un buen testigo; resulta algo más humilde pero infinitamente más útil. Se trata de ser un espectador atento, con la distancia justa para mirar de frente a los ojos de la Historia. Eso debió pensar este ilustre recopilador convertido en maestro de historiadores; un pionero que adivinó que cierta lejanía de los hechos narrados siempre lleva a un buen resumen de la realidad.

Palentino de nacimiento, pronto se convirtió en leonés de adopción. La ciudad de León ha puesto su nombre a una calle al valorar su labor y su legado. Era, Lafuente, hijo de un médico afrancesado, de los llamados 'de espuela', galenos que iban a caballo recorriendo los pueblos para sanar enfermos. Practicó la medicina en la zona de Mansilla de las Mulas, hecho que supuso el primer contacto del niño Modesto con tierras leonesas. A temprana edad ingresó en el Seminario de León, donde se hizo la tonsura (1820) para ordenarse. Luego pasó al Seminario de Astorga, centro religioso del que llegaría a ser bibliotecario y luego catedrático de Filosofía. Pero dejó la carrera eclesiástica para conspirar contra el absolutismo de Fernando VII, que había cerrado las universidades en 1828, cuando Modesto contaba con 22 años. 

Por aquellas fechas, Lafuente era un liberal en ciernes, coincidiendo en esta tierra con otros que también lo fueron. Respiró el mismo ambiente que Francisco del Valle, preceptor de latinidad y luego catedrático y primer director del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de León. También conoció a Patricio Azcárate, padre de Gumersindo, gobernador político de León, además de historiador y filósofo. El tercer liberal con el que entabló buena amistad Modesto fue con Fernando de Castro, profesor, pedagogo, sacerdote y amigo de krausistas. La reciprocidad de ideas y el intercambio de impresiones fue forjando su pensamiento crítico.

Escritor y político

Entre tertulias, cartas y amistades afines amasó Lafuente su ideario público y su capacidad de análisis. La siguiente etapa de su vida giraría en torno al periodismo, comenzando a publicar El Guirigay en León, momento en que trasciende su fama fuera de la provincia. Como socio fundador, aquí publicó los primeros números de Fray Gerundio -nombre de sabor leonés-: una publicación de carácter satírico y burlesco, donde exhibió una prosa brillante. Su punzante sátira escarbaba en las corruptelas políticas, causantes del atraso e ingobernabilidad de España. Desde sus columnas criticó a políticos mediocres, militares de sable en mano y fraudes electorales amañados desde el poder. Usó para ello un elocuente diálogo entre dos personajes ficticios, trasunto de don Quijote y Sancho Panza: eran fray Gerundio, un fraile echado a los caminos tras la desamortización de Mendizábal, y su compañero de fatigas, además de fiel discípulo, el lego Pelegrín Tirabeque. Indudablemente Lafuente buscaba emular al jesuita leonés Padre Isla al tratar el género burlesco y moralizador. Aquel periódico le proporcionó fama y dinero, aunque fue clausurado en 1843 por ser demasiado crítico con el gobierno de Narváez. Incluso su autor guardó prisión una temporada en el Alcázar de Segovia. 

Repuesto de las peleas con los moderados doctrinarios de Narváez, en 1850 comienza su gran obra: Historia de España desde los tiempos remotos; un estudio pormenorizado de 30 volúmenes que le ocuparían 17 años de su vida, posiblemente los más fructíferos. Su obra magna fue bien acogida por el público y aprovechó la buena racha para convertirse en diputado en el Bienio Progresista de 1854-1856. En esos años se le nombró presidente de la Junta de Archivos y Bibliotecas, cargo que le puso en contacto con todas las fuentes históricas disponibles, forjando así una colosal labor documental que utilizó para cimentar su obra escrita. La experiencia política le gustó, porque entre 1858 y 1863 repetiría como diputado a Cortes por el distrito electoral de Astorga, esta vez por la Unión Liberal de O'Donnell, que era el político fuerte del momento. Sabemos que contribuyó desde su escaño al trazado del ferrocarril por el norte peninsular y a la explotación de minas en León.

Historiador pionero

Sin su Historia de España, Modesto Lafuente hubiera sido un escritor más, un crítico de talante liberal y pluma afilada, un cronista. Pero la faceta y obra de historiador lo eleva por encima de la mayoría de sus coetáneos. Abordar 30 gruesos tomos suponía una entrega total a esa tarea, convirtiéndose en pionero de historiadores. Con él se inaugura la corriente liberal moderada a la hora de interpretar el pasado, a la vez que supera un vacío historiográfico de siglos. Modesto Lafuente voló por encima de la estrecha visión de historiadores como el padre Juan Mariana (siglo XVI) y de la tarea inacabada de los ilustrados del siglo XVIII: Mayans, Feijoo y Jovellanos. La grandeza de Lafuente reside en intentar escribir “una historia integral” bajo una metodología nacional-liberal, corriente interpretativa que se prolongó hasta la Segunda República, desapareció con el franquismo y fue retomada en los años sesenta y setenta por historiadores llamados hispanistas: Paul Preston, Hugh Thomas, Stanley Payne, John Elliot, Gabriel Jackson, Lynch…

Lafuente, fue un historiador original, ni demasiado crítico ni demasiado tradicional, salpimentado con momentos románticos y relatos de fuste realista. Eso sí, con un escrupuloso respeto a las fuentes escritas. Entendió con acierto que primero son los documentos escritos, antes que la interpretación del autor. Consultó archivos, crónicas, anales, bibliografías, semblanzas, cartas, diccionarios de antigüedades… Pío Baroja dijo de él que era el padre de la sociología española. Mientras él escribía, en Europa convivían dos corrientes de pensamiento; ambas influyen de forma soslayada en su labor de historiador: el positivismo de Comte, basado en datos empíricos; y el historicismo de Von Ranker, que trataba a la historia como una ciencia más, por tanto provista de rigor.

Tampoco escapó a su tiempo en determinismos y creencias. Modesto Lafuente creía en la Providencia Divina, en la descendencia pobladora de Noé y en ciertos hechos que hoy están desfasados, como la estancia y predicación del apóstol Santiago en la península. Por contra, se convirtió en precursor de vanguardias al concebir a España como un pueblo singular, admitiendo su diversidad cultural y regional. También dedicó una buena reflexión antropológica al conjunto de invasiones y pueblos que han marcado nuestro carácter. Para Lafuente, el verdadero ideal como nación se fraguó con los Reyes Católicos, se arruinó con la política imperial de Carlos V y empeoró con la decadencia de los Austrias. No le tembló el pulso al calificar a Felipe II como un rey beato y corrupto y realzar el fracaso del Conde-Duque de Olivares como una oportunidad perdida para dotar al país de uniformidad y centralismo.

También supo captar la trascendencia de algunos hechos: la aportación económica y cultural de fenicios y griegos, la romanización, la resistencia de Numancia y Sagunto, las invasiones bárbaras, el Fuero Juzgo, la batalla de Covadonga, la expulsión de los judíos, la gesta de Colón, la rebelión de las Comunidades... 

El Reino de León en la obra del historiador

En el tomo segundo de su voluminosa Historia de España se suceden cronológicamente 26 capítulos que van desde la conquista de la península por los musulmanes hasta el gobierno, leyes y costumbres de la España cristiana en la Reconquista. En este volumen incluye un largo listado de los reyes de León, a través de los cuales va jalonando la historia del viejo reino del norte. Los primeros monarcas los incluye dentro del núcleo astur, a través de rasgos biográficos, hechos variados y explicaciones de cada momento o etapa. 

Con un dominio absoluto de la información conocida hasta el momento, el historiador señaló las crónicas musulmanas y cristianas como fuentes de información. Guía con ello al lector a través de los sucesivos reinados, comenzando por el primer rey de León, García I, en el 910, fecha que considera crucial. Páginas adelante se nota su admiración personal por Ordoño II, describiendo sus incursiones militares en Mérida, Talavera y San Esteban de Gormaz. También adelanta acontecimientos al lector cuando menciona los agravios de los condes de Castilla a este joven rey leonés. Lamenta la muerte del admirado monarca a los nueve años de ceñir corona y anota que fue enterrado en la catedral de León, dejando una herencia poco clara que se inclinó finalmente hacia su hermano Fruela.

Reconoció el autor afincado en León que no poseía explicaciones para todos los hechos, pero creía que la Providencia había hecho que el nuevo rey Fruela muriera de lepra a los catorce meses de reinado. ¿Arbitrariedad divina? No contesta a tal crucial pregunta, pero describe la personalidad y legado de Fruela II, también de Alfonso IV, Ramiro II y Ordoño III. En esta etapa mezcla datos, valoraciones y rasgos psicológicos de los personajes, abriendo los ojos al lector con una narración sólida, a menudo muy detallista.

Describió de una manera amplia la batalla de Simancas, ganada por los cristianos. Un enfrentamiento aquel en el que los cronistas mencionan un eclipse de sol que cubrió la tierra de una amarillez pálida, hasta provocar el espanto de los musulmanes. Es evidente que el determinismo geográfico también formó parte de su relato. Desde ese momento, Lafuente aumenta de forma progresiva el protagonismo de Castilla, asegurando que el conde Fernán González “ya albergaba un proyecto de emancipación” ante ciertos desprecios del rey leonés. Tal rebeldía la cimenta el historiador al exponer conflictos de parentesco, pues el monarca repudió a Urraca, hija del conde castellano, para casarse de nuevo con Elvira, hija del conde de Asturias y más fiel el rey de León. También busca razones -y las encuentra- en las luchas internas que debilitaban el reino y facilitaron la escisión castellana. La explicación multicausal va jalonando etapas y reinados en el relato paso a paso, ofreciendo hechos y reflexiones. 

Reconoció que resulta difícil bosquejar el cuadro de sucesiones del Reino de León y abandonó pormenores para entrar en la etapa de Almanzor, político y guerrero de enorme altura. El jefe musulmán –informa Lafuente– eclipsó a reyes como Ramiro II, incluso a Alfonso V, muerto en Viseu por una flecha sarracena, tras desprenderse de su coraza en un día caluroso. Consumada la batalla de Tamarón, los leoneses quedaron derrotados y el conde Fernando de Castilla llegó con su ejército a la ciudad de León, haciéndose coronar rey el 22 de junio de 1037. No será la unión definitiva de ambos reinos, pero sí el primer episodio de la decadencia leonesa. De hecho, el relato leonés decae estrepitosamente en la obra de Lafuente, siendo superado por el de Castilla.

No se olvidó el historiador de la trascendencia de concilios y fueros del viejo reino. Tampoco de la fabulosa construcción de la catedral leonesa, la fructífera etapa de la reina Urraca, incluso la mítica figura del Cid, de la que dudó de su existencia: “No tenemos del famoso Cid ni una sola noticia que sea fundada o segura”.

Balance del historiador

Modesto Lafuente llenó un vacío historiográfico a base de verdades desnudas, defendiendo la solidez que supuso el pilar del Reino de León en la construcción de la nación española; idea que hoy ocupa un indiscutible protagonismo social en esta tierra abandonada por los poderes públicos. Mencionó el historiador a muchos autores anteriores al hablar de León, aunque construyó su propio relato, citando con honestidad a Mariana, Flórez, Pellicer, Risco, Sampiro, Sandoval, Dozy, Escalona, Ferreras, las crónicas albeldense, silense y tudense, los anales complutenses...

El hecho de que dudara ante determinados sucesos y reconociera que no era capaz de explicar algunos datos, aumenta la confianza posterior en la honestidad del autor. Aportó una voluminosa información, buena parte inédita, y adoptó una metodología que huía del dogmatismo. Esbozó lo que hoy podríamos denominar historia global. Fue el maestro de historiadores, el padre de una historiografía contemporánea que buceó en lo desconocido para crear un relato verosímil, una reconstrucción del pasado sostenible en el tiempo.

Lafuente ejerció también de académico de varias ciencias, vocal de patronatos y consejero del Estado. Siempre queda una moraleja universal detrás de un gran autor. La política y el relato de otros tiempos nos tiene que remover para afrontar el tiempo presente.

Hoy faltan intelectuales reflexivos como Modesto Lafuente, como Ortega, como Galdós, como Baroja... también como Platón.

¿Quién nos va a iluminar, entonces, en la oscuridad de la caverna?

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