'El eternauta': apocalipsis argentino

Una noche de verano comienza a caer una terrible nevada sobre Buenos Aires que acaba con casi toda la población, una tormenta de nieve tóxica que mantiene aislados en pequeños grupos a unos pocos supervivientes que asisten atónitos a la catástrofe. Es un apocalipsis blanco que nadie sabe porqué se ha producido y que podría ser perfectamente como el que describe Cormac McCarthy en su novela La carretera: “El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo”.
La novela gráfica que cuenta este cataclismo sureño comenzó a publicarse en el diario Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959, alcanzando enseguida un gran éxito y teniendo en los años posteriores numerosas secuelas y reediciones. La historieta (así es cómo se denominan los cómics en Sudamérica) de Héctor Germán Oesterheld es considerada una obra cumbre del género en lengua castellana, y su influencia en la toda la producción de Ciencia Ficción posterior ha sido enorme. Prueba de ello es esta estupenda miniserie de seis episodios (se ha confirmado segunda temporada) que adapta la historia original para la televisión, trasladando la distopía al presente pero manteniendo el mismo tono en cuanto a la atmósfera, los lugares retratados, la desorientación de los personajes o los arcos narrativos. Es una interesante y finalmente acertada relectura que yace sobre unos miedos más vinculados al hombre contemporáneo.
El eternauta no deja de ser otra enésima forma de contar un futuro apocalíptico. Lo que la hace mucho más original que otras series del género es su desacomplejada mirada argentina sobre el drama, con esos paisajes arrasados de Buenos Aires que son tan poco habituales en este tipo superproducciones, o con unos personajes más cercanos a la realidad y tamizados por ese cinismo o sentido del humor tan intrínsecamente porteños. Porque por lo demás da igual que sean zombis o extraterrestres, tragedias naturales o radiaciones tóxicas. Lo importante es la lucha de los hombres que superan el desastre inicial, que son capaces de apelar a la unión del grupo y a aquellas creencias antiguas que han sido arrasadas por el voraz instinto de supervivencia. “La gente buena tiene que seguir existiendo. Nadie se salva solo”; escuchamos decir a Juan Salvo, el protagonista de esta odisea blanca y alucinada que interpreta brillantemente Ricardo Darín.