Las andanzas del general Juan José García Gómez-Caminero tras su partida de León el 20 de julio de 1936

Estación de Puebla de Sanabria. A esta villa se encaminó el 20 de julio el general Gómez-Caminero.

Entre los nombres propios importantes de las horas decisivas en las que se materializó en la provincia de León el golpe de estado faccioso a partir del 18 de julio de 1936 se sitúa el del general inspector Gómez-Caminero. Un personaje que tuvo un papel preponderante en aquellos días, como máxima autoridad militar en la región del noroeste de España y en su calidad especial de enviado del Gobierno para evitar el alzamiento en estos territorios.

Como colofón a las peripecias padecidas en León por los integrantes de la expedición de mineros asturianos desplazados de su tierra hacia el sur con el objetivo de defender la II República, traemos ahora el relato detallado de las vivencias del general Gómez-Caminero una vez que abandonó la capital leonesa.

Tras dormir en el Hotel Oliden el domingo 19 de julio, fecha en que había llegado a la capital leonesa por la mañana, el alto militar abandonaría la ciudad a las seis de la madrugada del día siguiente en su automóvil, con intención, según se dijo, de unirse en Zamora a la columna ferroviaria de Francisco Martínez Dutor. 

Sin embargo, no lo hizo así: en realidad se dirigió con sus acompañantes, el general Rafael Rodríguez Ramírez y el comandante Manuel Orbe Morales, hacia Puebla de Sanabria, para desde aquí internarse en Portugal, después de conocer que también los militares zamoranos se habían alzado. En el que era el trayecto más breve y directo hacia la villa sanabresa, realizó una parada en La Bañeza, donde a media mañana del lunes día 20 “se vio a los dos generales”.

Manifestaría más tarde el general inspector que no era la intención que se le atribuyó la que movió realmente su viaje. Lo hizo por carretera una vez que se frustró su intento de regresar a Madrid a las siete de la mañana del 20 de julio en un avión de la base aérea leonesa, o en otro enviado desde La Coruña, según ordenó al dudar de las promesas de lealtad de los militares leoneses. Estos, tras sublevarse, lo procesarían en rebeldía en la Causa 1.321/36, por sedición militar, junto al general Rodríguez Ramírez .

Martínez Dutor fallecía de muerte natural el 26 de junio de 1937. Su esposa María Sanjuán Fernández, y las hermanas de esta, Luisa (ambas vecinas de Astorga), y Cecilia (domiciliada en León) serían en los primeros años cuarenta agentes de la extensa red de espías que a favor de los aliados encabezaba el leonés Lorenzo Sanmiguel Martínez.

La oportunidad perdida

El general Gómez-Caminero –masón y miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA)- desaprovechó la óptima oportunidad de reducir a los insurrectos de León. Contaban estos en su estrategia con una primera opción de ocupar la capital después de entregar a los mineros un escaso número de armas, además inútiles, y alejarlos con ellas. De fallar esta estrategia, como segunda alternativa pensaban negarse a la entrega y resistir dentro del Cuartel del Cid: eran menores en número pero disponían de mucho mejor armamento.

La actuación de Gómez-Caminero se hace un tanto inexplicable. No debía desconocer el general que las fuerzas militares leonesas partidarias de la sublevación no podrían oponerse con éxito a las columnas asturianas apoyadas por los obreros locales, y menos si en tal favorable coyuntura él las encabezaba. También conocería que la provincia de León era estratégicamente vital, como ya lo había sido en 1808 y en 1934, para aislar a los gallegos a punto de insubordinarse de los ya sediciosos castellanos. Y así y todo, es posible que sus errores condenaran a la capital leonesa a caer en manos de los rebeldes.

Cabría conjeturar que el ayudante del general Gómez-Caminero, el comandante de Infantería Manuel Orbe Morales, se hubiera sumado también en León a la expedición minera en la tarde del 19 de julio. De ser así, proseguirían desde allí tan solo los dos generales sus posteriores y azarosas aventuras. Lo cierto es que ninguna noticia más hallamos de él (como no sea la referencia a los “dos militares” que lo acompañan en Lubián). Tampoco lo cita el general inspector cuando poco después en Madrid lo entrevistan y las narra, como aquí recogeremos.

Aparece, por otra parte, Orbe Morales a finales de octubre de 1936, ascendido a teniente coronel y a las órdenes de Gómez-Caminero, cuando este manda la Tercera División Orgánica con sede en Valencia. A mediados de febrero de 1938 se le destinaba al Estado Mayor de la Marina republicana. Llama la atención, dada su trayectoria, que en julio de 1941 el ministerio del Ejército franquista conceda a la viuda “del comandante” pensión anual y mesada de supervivencia.   

La entrevista

El madrileño diario ABC, republicano de izquierdas después de su requisa por el Gobierno tras fracasar el golpe de Estado en la capital, publicaba en la edición de la mañana del domingo 2 de agosto la entrevista que el día antes habían realizado “al heroico general de división e inspector del Ejército Juan José García Gómez-Caminero en su casa de Madrid, en la que cordial, como siempre -simpatía democrática-, interrumpe el descanso de sus pasadas fatigas y se somete a la tortura de nuestra interviú”:

— General, ¿dónde le sorprendió el movimiento subversivo?

En Astorga, desde donde comuniqué al gobernador de León que tenía una columna de mineros.

— Leales, naturalmente.

¡Claro! ¡Mineros! Desde Astorga me trasladé a León. Revisté al Regimiento de Infantería y al Parque de Aviación, y arengué en ambos sitios a las tropas, que respondieron con vítores entusiastas a la República. El general Carlos Bosch, comandante de la Plaza, me dio seguridades de que la situación estaba completamente garantizada. Es más: agregó que si tenía de ello alguna duda, presentaría en el acto su dimisión.

El domingo [19 de julio] por la tarde, en vista de que se habían sublevado en Burgos y Valladolid, y de que no podía revistar las guarniciones sublevadas, pedí al aeródromo [de León] que tuviesen dispuesto un aparato para salir en él a las siete de la mañana del lunes día 20 en dirección a Madrid. Momentos después me comunicaba de Coruña el general Enrique Salcedo Molinuevo que estaba haciendo todo lo posible para impedir la sublevación en la capital gallega. [Los golpistas, tras triunfar, lo fusilaban “por traición” en noviembre de 1936].

El lunes [día 20] por la mañana, sospechando de la Aviación, hice preguntar al general Ramírez, jefe de mi Estado Mayor, si estaba dispuesto el aparato. Contestaron del aeródromo con evasivas tales como decir que ‘no tenían noticias sobre el tiempo’, que ‘no sabían si podrían llegar…’, que ‘acaso tuviesen que detenerse en el camino…’.

— Demasiado extraño ¿no?

Por eso y por otras cosas que me convencieron de que no podía contar con la seguridad de que me trajesen a Madrid, decidí, de acuerdo con el jefe del Estado Mayor, cruzar por cerca de la Puebla de Sanabria la frontera a Portugal, para venir después desde allí, pasando por Ciudad Rodrigo (Salamanca), único punto practicable para llegar a Madrid una vez sublevadas las guarniciones de Valladolid y Burgos. Para lograr mi objeto contaba, además, con la buena amistad que me une con el comandante de Braganza.

Hacia Portugal

Emprendimos, pues, el viaje, y sin entrar en la Puebla de Sanabria, donde el capitán de Carabineros se había puesto al frente de la rebelión, llegamos a la frontera.

— Y pasaron, al fin.

No. Al fin, no. Porque el suboficial, también sublevado, ni me guardó el respeto debido, ni me prestó el auxilio que le pedí, ni me dejó pasar, aunque le dije que el Gobierno me llamaba a Madrid. En este momento se presentó el director de la Aduana [de Calabor], que, tras decirnos que no dejaba pasar ni el coche ni a nosotros, y tratar groseramente al jefe de Estado Mayor, agregó que se iba a la Puebla de Sanabria para volver con el Juez y Policía a prendernos.

Tiroteados por los leales

En vista de las dificultades para cruzar la frontera, acordamos trasladarnos a la citada población salmantina de Ciudad Rodrigo. Camino de ella íbamos, cuando a la vuelta de un recodo de la carretera, salieron a nuestro paso veinticuatro individuos, armados de escopetas y pistolas, que dispararon contra nosotros, causando numerosos agujeros al coche. Dímosles gritos para que nos escuchasen, y lo logramos tras de grandes esfuerzos. Pero no conseguimos convencerlos de nuestra condición de militares servidores del Gobierno de la República.

Nos habían tomado por generales rebeldes, y, sin hacer caso de nuestros documentos, que creían falsos, nos llevaron a Requejo de Sanabria, donde los habitantes -unos ochocientos trabajadores leales a la República- pretendieron lincharnos creyéndonos traidores. Gracias a la oportuna intervención del presidente de los Sindicatos, que nos condujo a una casa, pudimos librarnos de las iras del pueblo, que seguía teniéndonos por generales sublevados.  

A las tres y media de la mañana [del martes 21] nos llevaron a Lubián, pueblo donde se repitió el espectáculo de Requejo. Entre Requejo y Lubián había un puesto de la Guardia Civil [en el Campamento de Nueva Puebla que alojaba a los obreros que construían los túneles ferroviarios de Las Portelas], compuesto de doce números, a las órdenes de un cabo, a quien le enseñé, después de mostrarle los documentos acreditativos de nuestra personalidad, tres cartas dirigidas al ministro de la Gobernación [general Sebastián Pozas Perea], a Largo Caballero y al embajador de España en Portugal [Claudio Sánchez-Albornoz, que lo era desde el pasado abril hasta diciembre de aquel año]. De estas cartas solo la última llegó a su destino.

El general hace una pausa, como si buscase en su memoria algo que no recuerda, y sigue:

En Requejo había entregado también otra carta al cabo de la Guardia Civil, con el encargo de que la remitiese al ministro de la Gobernación, pero éste, en lugar de hacerlo así, como me lo había prometido, la entregó a los rebeldes. Cuando llegamos a Lubián y en atención a la actitud del pueblo, los dirigentes, convencidos ya de que éramos generales republicanos, nos llevaron a una casa situada a cuatro kilómetros del pueblo, en la que estuvimos dos días custodiados por una guardia permanente, y durante los cuales esperamos la llegada de un avión que habría de aterrizar en un campo próximo a Lubián.

Consecuencia de la traición de un cabo de la Guardia Civil

Pero en este plazo de las cuarenta y ocho horas había sido descubierto nuestro refugio, y quienes nos lo habían proporcionado nos trasladaron de nuevo a Lubián, instalándonos en casa del médico, donde fuimos tratados con toda clase de consideraciones.

García Gómez-Caminero, en cuya cara se advierten marcadas señales de fatiga, pregunta tras una pausa:

— ¿Le he dicho a usted que había entregado al cabo de la Guardia Civil de Requejo una carta para que la remitiese al ministro de la Gobernación?

Sí, general; me lo ha dicho. Y ha agregado usted que después supo que había sido remitida por el traidor a los rebeldes.

— Pues vea ahora las consecuencias de la defección: los facciosos, conocedores por la carta de nuestra situación, enviaron una mañana un aparato de la base de León, que arrojó sobre nosotros seis bombas, ninguna de las cuales cayó sobre la casa. Otra: tropas rebeldes, procedentes de Orense, ocuparon el aeródromo donde esperábamos el avión, el pueblo de A Gudiña y el inmediato de Villavieja.  

En vista de esto, y de que en los Sindicatos se comenzaba a acusar a los dirigentes de protegernos -seguían creyéndonos rebeldes-, éstos me propusieron, como única salida, el paso de la frontera con ellos. Acepté. Pidiéronme entonces que les prometiese que habían de volver a cruzar conmigo la raya internacional cuando volviese, petición a la que contesté: — “Ciudadanos, hagan conmigo lo que quieran, pero yo no puedo hacer una promesa que no estoy seguro de poder cumplir. Lo que sí prometo es pedir al Gobierno que autorice su paso”. Quedaron conformes. A las tres de la tarde salimos de Lubián, y, después de recorrer 40 kilómetros a pie por la sierra, entramos en terreno portugués a las cuatro de la mañana del día siguiente. 

— Buena caminata, general, después de tantas fatigas, para sus años.

Sesenta y cinco, amigo mío, pero satisfecho por haber comprobado que, a pesar de ellos, todavía puedo servir para soldado de Infantería. Además, estos sinsabores me han producido dos beneficios: me ha desaparecido la afección laríngea que padecía y he recuperado el sentido del olfato, que tenía perdido desde hace cuarenta años.   

[Gómez-Caminero hizo aquel recorrido a lomos de un pequeño borrico facilitado por los guías, según la memoria que quedó en la zona de su paso a Portugal, que también lo atribuyó (erróneamente) a su deseo de ponerse a salvo del golpe de Estado y de la guerra que se avecinaba. Al contrario, el general fue uno de los dos únicos de tal rango que pasaron de la zona rebelde a la gubernamental cuando la guerra civil estaba a punto de cuajar].

En Portugal. Llegada a Madrid

Tras del inciso, continúa el general:

En Moimenta nos prendieron los guardinhas portugueses y nos entregaron a las autoridades de Vinhais, desde donde telefoneé al embajador de España en Portugal.

Calla el señor García Gómez-Caminero. Y ante mi mirada, que le dice que espero la continuación de su relato, agrega:

— Y nada más. Tan fatigado estaba, que de mi paso por Portugal pocas noticias puedo añadir. Que estoy muy agradecido a las atenciones que tuvieron con nosotros la guarnición de Braganza y su coronel, señor Teixeira, y al vicecónsul de España en Braganza, señor Coelho, que cuando el Gobierno portugués permitió nuestra marcha a Lisboa nos acompañó en el coche hasta Oporto.

En Lisboa nos presentamos a la embajada, adonde acudió el diputado por Badajoz, señor Jesús de Miguel Lancho [1904-1962; de Izquierda Republicana, pediatra; fallecería en el exilio mexicano], con la misión de nuestro Gobierno de acompañarnos a Madrid. Seis horas de viaje, atravesando el Tajo, y llegamos a Badajoz, donde conferencié con el coronel Ildefonso Puigdengolas, que tiene aquello muy bien organizado, y luego en coche hasta Almorchón, para tomar el tren especial que el Gobierno tenía dispuesto y llegar a Madrid, después de veintiocho horas de viaje ininterrumpido.

Y poco más. De la estación a casa para cambiarme de ropa, y de casa al ministerio de la Guerra. Después he sido recibido por S. E. el presidente de la República [Manuel Azaña Díaz] y más tarde por el presidente del Consejo de ministros [José Giral Pereira]. También he ido a visitar al ministro de Estado [Augusto Barcia Trelles], a quien saludé cuando se hallaba en unión de los señores Casares Quiroga e Indalecio Prieto.  

El general calla, y como nos parece que esta vez lo hace ya definitivamente, para esta interviú, le hacemos la última pregunta:

— ¿Qué impresión del movimiento subversivo tiene usted después de su odisea?

Y responde con un tono que no admite lugar a duda:

Que está fracasado. Definitivamente fracasado“.

[Erró el general en su pronóstico, y aquella criminal subversión derivó en una cruenta guerra de casi tres años, seguida de cerca de cuarenta más de mortífera y oprobiosa dictadura].

*******

El orensano Manuel Fábrega Coello era el anciano médico municipal de Lubián, en cuya casa se dio cobijo durante dos días y atención sanitaria al general (“y otros dos militares”, señala algún autor), debido a que “por lo humilde del pueblo no había hospedaje adecuado para el general” -declarará el galeno-. Republicano nacido en 1875, estaba destinado allí desde hacía treinta años. Aún recordaban en el pueblo no hace tanto que “cuando visitaba a enfermos de familias necesitadas, además de no cobrarles, solía llevarles él mismo algunos alimentos”.   

Antes de su traslado al domicilio del doctor, que disponía de aparato de radio, los prisioneros habían sido conducidos a un túnel del ferrocarril en construcción. Después sería detenido por ello y apresado en la cárcel de Zamora, condenado a muerte y ejecutado en septiembre con cinco reos más contra las tapias del cementerio zamorano.

“Lamento que se me condene por rojo. No sé lo que es eso. Mis ideas son y fueron siempre de orden y de derechas”, dijo Manuel Fábrega al leerle la sentencia y entrar en capilla. Acto seguido pidió un sacerdote para confesarse. El piquete de ejecución, a pocos pasos de distancia, a la primera descarga no hizo blanco en el médico, que a la detonación encogió los hombros y se quedó en pie. La segunda descarga le arrebató la vida. Así lo contaría en sus memorias el capitán de Carabineros Ángel Espías Bermúdez.

Con el doctor Fábrega Coello se juzgó en consejo de guerra sumarísimo al cenetista Reinaldo Cortés Cárdenas, mecánico natural de Villamayor de Calatrava (Ciudad Real), quien guió el paso de los generales García Gómez-Caminero y Rodríguez Ramírez por Hermisende-Villavieja, que debió de producirse el día 24 o el 25 de julio. Reinaldo fue fusilado al alba del 31 de diciembre de 1936 en el paredón del mismo camposanto de San Atilano de Zamora con otros 26, la mayoría trabajadores de las obras de construcción del ferrocarril Zamora-Orense.

El miércoles 22 de julio, cuando los generales Gómez-Caminero y Rodríguez Ramírez se encontraban en el pueblo de Lubián, se llegó a disponer en La Bañeza por el comandante de Artillería retirado Herminio Fernández de la Poza, natural de la ciudad y que se hallaba allí de vacaciones, un viaje a las tres de la tarde en ‘coche de punto’ a Puebla de Sanabria. Allí, guardias civiles y carabineros estaban ya de parte de los alzados desde el lunes día 20.

Desconocemos si el militar bañezano llegó a realizar aquel viaje, y también el objeto que lo llevaría a programarlo en tan agitadas fechas. Pudiera tal vez estar relacionado con la situación que vivían entonces en Lubián aquellos generales, a quienes posiblemente conociera de cuando desde enero a mayo de 1935 había sido ayudante de campo de varios ministros de la Guerra.

Exdiputado por el Partido Republicano Radical y tenido por masón, a pesar de sumarse al golpe de inmediato y de ser segundo jefe provincial de las milicias facciosas de León, dirigir el Servicio de Guerra Química en Sevilla, y batallar en los frentes andaluces durante casi toda la contienda, a su final sería Fernández de la Poza sancionado por sus “responsabilidades políticas”. Ya había padecido al inicio de octubre de 1936 una breve y selecta reclusión en el Colegio de los Agustinos de León, de donde lo liberaron tras el pago de una cuantiosa multa.

Como ya se dijo, a pesar de quien indica que eran tres los militares pasados a Portugal, ninguna alusión hace el general inspector Gómez-Caminero en la entrevista a su ayudante, el comandante Manuel Orbe Morales, ni a que participara también en aquellas arriesgadas aventuras. 

No fueron menos peligrosas las circunstancias afrontadas por un sargento, un alférez y tres carabineros del puesto de Lubián, de ideas republicanas algunos de ellos. Todos menos el alférez huyeron por Alcañices al país vecino unos días antes, después de haber acudido a Nueva Puebla a contener -sin conseguirlo- a los obreros que asaltaron el 21 de julio el cuartel de la Benemérita, con el resultado de dos trabajadores muertos y dos guardias civiles heridos. Al día siguiente ocupaban los leales el cuartel de Puebla de Sanabria.

Confiados en Mola... y asesinados

Movidos por aquel fracaso, y por el temor a los de Falange que ya se imponían por la zona, los cinco carabineros terminaron regresando al inicio de agosto. Volvieron también por causa de las dificultades que la dictadura salazarista ya oponía a los rojos españoles refugiados en Portugal, y fiados de la promesa que en su engañosa proclama hacía el general Mola el día primero de aquel mes de “respetar la vida de los soldados no afectos al golpe que se entreguen”. Se presentaron a las autoridades facciosas en Zamora. Allí serían enjuiciados, fusilados el día 16 el sargento y el alférez –hospitalizado por las heridas sufridas el 21 de julio en Nueva Puebla–, y paseados por falangistas los carabineros que habían resultado condenados a reclusión perpetua.   

Los nueve obreros, carrilanos de los túneles de la línea férrea, que ayudaron a los generales a evadirse a Portugal, habrían vuelto a Lubián tras dejarlos en el pueblo luso de Moimenta. Eran todos ellos dirigentes del cenetista Sindicato Único de Oficios Varios de Lubián, entre los que se contaba Juan Ovides Montesinos ('Juanito'), su secretario y sobrino político del doctor Fábrega Coello, que figuraba como tesorero accidental del referido sindicato.  

Llegaron los sindicalistas hasta las localidades lusas de Nimantes y Vingues, donde guardias fiscales portugueses -guardinhas- los encaminaron al viceconsulado de España en Miranda de Douro, regresando a territorio español desde allí. Después de ser avisados de que los golpistas dueños ya de la zona de Las Portelas los buscaban para apresarlos, cruzaron de nuevo la raya fronteriza, siendo encarcelados en Chaves y trasladados luego a Oporto.

Una dilatada lucha obrera

Los trabajadores de las obras de la vía férrea Zamora-Orense habían protagonizado en los años anteriores una dura lucha obrera. Tras la reñida huelga general de una semana en marzo de 1932 o la semana y media de revuelta en octubre de 1934, mantuvieron desde el inicio de junio de 1936 un paro de 28 días “para conseguir sencillas mejoras laborales y la readmisión de los despedidos en octubre de 1934”, con sabotajes al tendido eléctrico y telegráfico y tiroteos a la Guardia Civil.

Desde la primavera de 1936 se había consolidado en la comarca el sindicato cenetista, cuyo local se instalaba a primeros de mayo en la Ermita de la Virgen de Guadalupe de Requejo de Sanabria, después de que el cura -con la complicidad del exalcalde y el secretario municipal- arrojara una bomba al Centro Obrero destrozándolo. De aquella sede fue desalojado el Sindicato por la Fuerza Pública en los días de la huelga de junio. También existía en Requejo desde entonces un grupo ácrata adherido a la FAI.

La resistencia de los carrilanos al golpe militar fue neutralizada en poco más de una semana por tropas del zamorano Regimiento de Infantería Toledo 26, al mando del comandante Francisco de Reyna, y otras enviadas desde Orense y comandadas por el capitán guardia civil Juan Ros. No se acabaría con la de la zona hasta el día 31, la última en rendirse a los sublevados en Galicia tras hacerlo en Tuy el 26 de julio otros leales.

El 'botín' del general

Aquellos oficiales sediciosos exhibieron en Verín como un trofeo de guerra las maletas del general inspector Gómez-Caminero, con sus uniformes y algunos documentos, junto con las claves de cifrado y su automóvil negro cosido a balazos estacionado frente al Hotel Dos Naciones. Había en sus asientos dos fajines de general y una cartera de mano con carpetas y anotaciones breves sobre sus gestiones en León en aquellas decisivas fechas de julio. También sobre su fallido contacto en el Regimiento de Orense con el coronel Luis Soto Rodríguez y el comandante José Ceano-Vivas Sabán el día 17.

Ya en Madrid, el general de división Juan José García Gómez-Caminero, de inmediato se incorporaba -por baja de un compañero- al tribunal que el 15 de agosto condenaría a muerte al rebelde general de brigada Joaquín Fanjul. A principios de 1937 pasaba a la reserva por haber cumplido la edad reglamentaria. Falleció a mitad de diciembre del mismo año. 

Aquella intrincada peripecia de los militares afectos a la legalidad daría lugar en la comarca a persistentes leyendas. Alguna de ellas gira en torno a un supuesto y mítico tesoro escondido en el lugar de Rechouso y nunca hallado: los fondos de la capitanía que llevaba consigo y allí habría ocultado el general Gómez-Caminero, y la esforzada e infructuosa búsqueda realizada por algunos al paso de los años siguiendo las referencias de una supuesta carta facilitada por una de sus hijas.

José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web

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